Medellín: una ciudad formada por flujos migratorios
El comienzo de la industrialización en Colombia se consolidó en la ciudad de Medellín hace aproximadamente un siglo, este fenómeno trajo un gran número de personas campesinas a la ciudad buscando un mínimo bienestar para sus familias. Fue este incipiente capitalismo que dió inicio a las grandes textileras como fabricato y coltejer, como iconos industriales. Fue la época de los bisabuelos y bisabuelas, tatarabuelos y tatarabuelas de nosotros y que se asentaron básicamente en los alrededores del río medellín, entre el Poblado y Guayabal y que hoy sigue siendo la zona de mayor industrialización de la ciudad a pesar de las crisis y trasformaciones del capitalismo.
La segunda gran oleada migratoria en la ciudad fue la ocurrida entre las décadas del 50 y 60 debido a la cruenta violencia desatada después del asesinato de Jorge Eliecer Gaitán en 1948 y que se ha conocido en los textos escolares de historia como la violencia bipartidista. Recordemos que luego de varios lustros de descuartizamientos y mil bejámenes contra la población, incluso desde el poder eclesial, las bárbaras élites pactaron un acuerdo que entronó en un primer momento al general Rojas Pinilla como garante de no agresión y a su vez de reestablecimiento del orden constitucional bipartidista. La segunda migración estuvo conformada por aquel entonces, al igual que la primera vez, por sencillos campesinos que en su mayoría apenas sí traían lo puesto. Pues los perros les avizaron que los macheteros cortacabezas de uno u otro bando se acercaban con su afilada espada montuna que al brillo de la luna o las estrella les delataba.
Era casi un infante cuándo en la década de los 80’s comencé a ver en las calles y los notidiarios de la época la ola de desplazados y desesperados entre índigenas afro-colombianos y algunos otros campesinos que huían y se instalaban en el agresivo asfalto de esta ciudad y otras del país. La violencia paramilitar, guerrillera y estatal enfrentadas en el campo produjo una tercera oleada de migrantes del campo a la ciudad. A partir de una nueva estrategia de las maquiavelicas élites gestionando el despojo de tierras, se acrecentaron los problemas tanto rurales como urbanos de los excluidos.
Cantidades de población indígena, campesina y afro-colombianos arrojados a las dramáticas penurias de la sobrevivencia hoy copan los barrios más periféricos y altos de algunas montañas como el caso de la Sierra y el Faro. Esta tercera ola migratoria tiene aún dificultades de aceptación por la municipalidad en algunos casos por el tipo de asentamiento obligado al que tuvieron que acceder. Asentamientos que al parecer incomodan los planes municipales por obstruir en especial el diseñado corredor verde. Así pues, se da una tercera migración que aunque asentada y aceptada con múltiples dificultades ya tienen su primera descendencia como parte de la ciudad.
Ahora somos testigos de una cuarta migración; esta vez venidos de tierras un poco más lejanas; ya no son los campesinos de Ituango y otros mega-proyectos cuando se necesitaba sacarlos por las mega-obras que ya conocemos y sigue causando estragos sociales, ni son los indígenas venidos de sus resguardos o selvas chocoanas o los afros de Urabá, principales poblaciones de ese tercer gran flujo migratorio. Ahora, se les percibe por el tono de su voz especialmente, porque se han ocupado del rebusque como muchos otros que estando aquí ya estaban en él. Porque aún sin ser de esta patria bananera no tienen grandes diferencias morfológicas ni culturales y quizá por ello su adaptación parece darse tan aceleradamente.
Podemos sentir que no estábamos preparados ni institucional ni sicológicamente para recibir a tantos, que apenas estábamos acabando de enfrentar o resolver los problemas generados por el tercer flujo migratorios; que apenas hay trabajo y servicios municipales para nosotros, en fin. Ello y muchas situaciones pueden generar un rechazo consciente o inconsciente de los micro-fascismos que solemos albergar como seres humanos (además del conservadurismo adherido al encierro de las montañas). Mas no olvidemos que casi todos en esta ciudad somos el fruto o resultado de un anterior flujo migratorio de los ya nombrados, bien sea por nuestros padres, abuelos o bisabuelos y por tanto es ello constitutivo de nuestra personalidad histórica, la cual vive de sus permanentes transformaciones. Una histórica vida convulsionada por unas élites que han actuado como un terrible, egoísta y violento padre ante esta personalidad histórica constantemente extrañada de sí, viviendo una adolescencia histórica traumada e incomprendida, variada y cambiante.
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