La paz es ambiental
Agencia Prensa Rural
En Colombia los conflictos ambientales son la manifestación de problemáticas económicas, políticas, culturales y sociales que aquí se han vivido desde la Conquista. Y no son pocos los daños que han ocasionado la minería, la tala de bosques, los monocultivos,
los abonos químicos, la ganadería, las hidroeléctricas y la industrialización. Ahora se están viendo las consecuencias del extractivismo y la apropiación de bienes naturales que son comunes.
El modelo de desarrollo que se implementa en el país promueve la privatización de los recursos para extraer y contaminar sin ningún control. Por eso la paz también es ambiental. Todos los problemas humanos radican en su relación con la naturaleza. Y si no se trasciende hacia el reconocimiento y protección de los otros seres vivos, esa paz difícilmente llegará.
En otros países donde ya se han firmado acuerdos de paz, el tema ambiental no se ha resuelto. Por el contrario, se experimenta la degradación del patrimonio ecológico. Así pasó en Ruanda, República del Congo y Angola. Y después de 19 años de posconflicto en Guatemala, el territorio de los indígenas se ha reducido en un 10% debido a la extracción de recursos naturales y cerca de 132 mil hectáreas se pierden al año a causa de la deforestación.
Colombia no está muy alejada de este tipo de situaciones. Desde hace muchos años se avizoraba un panorama oscuro y hoy es evidente el deterioro ambiental, tanto en el campo como en las ciudades. Por eso en los diálogos de paz, el primer punto a tratar entre el gobierno y las FARC fue el desarrollo agrario integral.
El Instituto Geográfico Agustín Codazzi dijo hace poco que el catastro en Colombia “no está en condiciones de ofrecer la base de información que demandan las políticas de gestión de tierras”. No tiene un inventario de los baldíos, de la ocupación de los mismos ni de la condición de los ocupantes. Ese sería el primer paso a dar: saber qué es lo que se tiene.
Desarrollo sostenible
Desde los años sesenta se viene hablando de desarrollo sostenible en el mundo. En el continente, Brasil y Ecuador son vanguardia. Por estos lados apenas se empieza a hablar de sostenibilidad, sobre todo en las ciudades y poco en lo rural.
“Desarrollo sostenible es garantizarles a las futuras generaciones la misma cantidad de recursos naturales que tenemos nosotros”, afirma Cristian Zapata, abogado, magíster en derecho y medio ambiente, y profesor universitario. Es evitar esquilmar un bien natural hasta su pérdida. Pero se ha traducido mal el desarrollo porque se ha convertido en una obligación y se ha mirado desde una óptica capitalista, por ende extractivista.
Y es que el gran problema de Colombia es la falta de planeación ambiental. Aquí ha habido planeación económica, política, pero no ambiental. De 114 millones de hectáreas, 39.2 están asignadas a la ganadería y sólo 21 millones son aptas para ello, 38 millones a la explotación petrolera, 11 a la minería y sólo se usan 4.9 en agricultura.
La ganadería cambia el uso del suelo, se esteriliza, se sedimentan los ríos, les quita profundidad. La minería arrebata la vocación campesina y destruye completamente el suelo. Las hidroeléctricas secan los ríos y dañan los bosques. Es necesaria la modernización de la labranza, el uso de abonos está salinizando la tierra. Se cambia la vocación agrícola y de protección de reservas por la minería, por la tala de bosques, por potreros.
Un caso particular es el páramo de Santurbán. Uribe dejó un drama humanitario. Concedió una gran cifra de concesiones a páramos, contando con que la mitad de los páramos del mundo están en Colombia. Lo que hizo fue delimitar, hacer un mapa: “este es el ecosistema, de la raya para aquí se protege y de la raya para allá se puede explotar. Eso es fatal, porque todo está entrelazado, y si se delimita así, se rompe el ecosistema”, explica Cristian Zapata.
“En vez de ganar la poquita agricultura que habíamos generado en unas cuantas décadas atrás, retrocedimos. Es un modo de analfabetismo. Los campesinos son expulsados de sus territorios y llegan muy perturbados a la ciudad y ésta lo que ofrece es hacinamiento, contaminación, pobreza. Entonces las mentes y los cuerpos quedan cansados, sin muchas posibilidades. La ciudad no es sostenible ni para los empresarios, ni para los que llevamos aquí más de cincuenta años y mucho menos para la gente que llegó desde el campo a arañar un pedazo de terruño para rehacer su vida”, dice Beethoven Zuleta, coordinador de la Maestría en Hábitat de la Universidad Nacional.
Consecuencias en las ciudades
En las ciudades se han amontonado una serie de problemas y deudas históricas con el campesino. “Son personas que no tuvieron la oportunidad de acceder a un diseño cultural contemporáneo, gente que poca comunicación ha tenido con el arte, el cine, con la lúdica, con el espacio público”, agrega Beethoven Zuleta.
Entonces llegan a la ciudad a padecer una serie de situaciones que antes les eran desconocidas. La pobreza, la contaminación, el hambre, el espacio de vivienda muy reducido. Dice el profesor Beethoven Zuleta que se ha tenido una mala concepción de lo urbano y lo rural y separarlos es desconocer que ambos representan el territorio.
“En la Edad Media se practicaban los oficios que hoy reconocemos que son urbanos, la herrería, vidriería, carpintería, sastrería, el comercio. Integraban la cosmología de vida del hombre que habitaba el campo y la ciudad, no era marcada esa diferenciación. Pensar en una integridad territorial es permitir que en una aldea, en una vereda, haya vida urbana y en un ciudad haya vida campestre, ahí uno puede decir que se han superado las barreras”.
La única diferencia entre el campo y la ciudad es tecnológica, pero es que los territorios no se deben especializar sino cumplir su rol de acuerdo a sus posibilidades. “Hay que buscar una estrategia de retorno a los pueblos y a los campos, para desocupar las ciudades. La única garantía que permite que la gente retorne es que generemos unos sistemas de conectividad cultural, educativa, de salud, muy fuertes, por un lado; pero por el otro generar un sistema de movilidad que la gente pueda ir y venir a la ciudad. Convertir esas viejas carreteras en ferrovías”.
Es decir que el asunto de la paz ambiental necesita de un compromiso más fuerte desde todas las partes, porque el problema radica en la corrupción y en los intereses particulares. La educación ambiental sería el primer paso para solucionar todas esas necesidades que viven los colombianos. Es la conciencia de la huella ambiental que cada habitante está dejando y es el Estado el mayor responsable de que tanto en el campo como en la ciudad haya vida digna.
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