¿Pecado original de las FARC o miedo de la clase dominante a la verdad?
Uno de los objetivos políticos más importantes de la clase dominante ha sido inculpar a las guerrillas, particularmente a las FARC, de ser las causantes de los peores males de Colombia.
Lo hace por medio de una estrategia mediática bien diseñada, que las mantenga a la defensiva: las del pecado original, las causantes del conflicto, las que cometieron los mayores atrocidades, las reclutadoras y violadoras de niños y mujeres, las que expropiaron tierras, las que no se arrepienten del levantamiento armado, las arrogantes, las que no piden perdón a sus víctimas, las terroristas, en definitiva como si fueran las opresoras, no las que se han opuesto al opresor. Hasta ese punto han tergiversado la verdad de lo que ha sucedido.
El interés por señalar a las guerrillas de ser las principales culpables de todos los males de la sociedad, es inversamente proporcional al de ocultar la responsabilidad histórica de quienes detentan el poder; de ahí su temor a que se conozca la verdad sobre los crímenes y el terrorismo de Estado, los desaparecidos, los falsos positivos, los desplazados, las expropiaciones de tierras y las violaciones a los Derechos Humanos en los que ha basado el control social, el miedo y el dominio. Quedaría desnuda y no tendría cómo seguir ocultándose más.
Otro objetivo de esta pérfida estrategia, es renegociar permanentemente los acuerdos firmados para hacer imposible su implementación y así llegar a una paz a medias con concesiones mínimas y que no modifique sustancialmente las estructuras de poder, es decir, impedir la apertura democrática, la participación política y de este modo los cambios. Pero no basta esto, su versión extrema del fascismo criollo quiere ir más allá, no solo desconocer los acuerdos sino hacerlos trizas, como acaba de expresarlo la convención de Derechas en Bogotá.
Por eso negar la existencia del paramilitarismo, que es tan real y concreta como los atentados, amenazas y crímenes que comete a diario, independiente del nombre con que los cometa, es el culmen de la estrategia de sometimiento de las guerrillas y de enterrar las esperanzas de un acuerdo definitivo que ponga fin al enfrentamiento armado. Al fin de cuentas, la que ha puesto los muertos, el sufrimiento y el costo de la guerra es la población principalmente campesina, afro, indígena, capas urbanas pobres y escasamente medias.
Se podría contar en los dedos de la mano los muertos que ha puesto la gran burguesía en este largo conflicto. Ni Jorge Eliécer Gaitán, el histórico dirigente popular y liberal descendiente de una familia de clase media ilustrada cuyo magnicidio el 9 de abril de 1948 desató la vorágine de muerte que aún no cesa, cumple con este criterio. No podía serlo porque precisamente por eso lo eliminó la restauración conservadora de aquella época, equivalente a la que hoy busca hacer trizas los acuerdos, para acabar de nuevo con la esperanza de cambio de una nación.
Para la clase dominante no se trata solo de que las guerrillas se arrodillen y pidan perdón ante ella y la sociedad, como si tuvieran que expurgar sus pecados, buscan algo peor: exterminarlas por medio del chantaje, la mentira, el miedo, el incumplimiento, la amenaza, el cerco o la eliminación física. Es la misma estrategia de preservación del poder que han utilizado cada que se vislumbra un cambio real para Colombia. Por esta misma razón las organizaciones sociales y de base que han defendido los acuerdos y están dispuestas a la implementación, son blanco de la estrategia de exterminio. Es innegable que hay un patrón, una sistematicidad y un propósito de generar terror y frenar la aspiración legítima de poner fin al conflicto armado para que nada cambie y todo continúe como antes, qué otra cosa quieren decir los asesinatos de los líderes sociales? Lo acaba de demostrar el informe El paramilitarismo sí existe, presentado por el Centro de Investigación y Educación Popular, CINEP, el 3 de mayo.
Lo inadmisible es que mientras los informes y la realidad lo constatan, las autoridades encargadas de combatir la principal amenaza contra los acuerdos firmados lo niegan de una forma tan mezquina, como si al hacerlo los inmolados resucitaran. Por supuesto, la verdad no hará libre a la clase dominante, sino igualmente culpable y la principal responsable de la guerra y la tragedia nacional. Por eso la teme. Está confiada en que al ir como el rey, no desnuda, sino con los ojos vendados para no ver los muertos que a su paso va dejando el paramilitarismo, esquiva la verdad y omite la responsabilidad. Dos imposibles, porque en la medida en que se reconstruya la verdad sobre la guerra, quedará incriminada.
Por: Oto Higuita
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