De la esclavitud a la rebeldía

Por Agencia de Prensa Rural  

Más de ochenta días de protesta llevan obreras del sector textil de una fábrica en Itagüí, Antioquia, por falta de pago de salarios, cesantías, primas y horas extras.

Son las 5:30 de la mañana, hora de entrar a la fábrica de confecciones pero esta vez no a tejer ropa interior de hombre, mujer y niños para marcas reconocidas colombianas y extranjeras, sino a protestar para defender los derechos laborales, de los que nunca, por más de 20 años, supieron que existían. Quince mujeres de la empresa Integrated Apparel Solutions S.A –IAS- desde hace tres meses se tomaron las instalaciones por falta de pago y garantías laborales y no saldrán de allí hasta que se resuelva la situación.

Estas quince obreras fueron las últimas en quedar después de varios despidos masivos hechos este año. Para el 2009 eran 1.300 empleadas cuando la empresa tenía como nombre Coditex (creada hace 40 años) pero fue liquidada para luego conformar IAS ese mismo año y con el mismo dueño, Mauricio Arriola, quien falleció en el 2014 y dejó la empresa a su hijo Federico Arriola Moreno. Además crearon otras empresas paralelas en el mismo sector textil en el municipio de Itagüí con las ganancias de ésta. Para este año sólo quedaban 90 empleadas y 80 con contrato a término indefinido.

“Lo que hay aquí es un desconocimiento sistemático de derechos laborales, es decir una empresa que se empezó a colgar con las obligaciones laborales a no pagar cesantías, a no pagar vacaciones, a no liquidar trabajadores que se iban, una serie de incumplimientos que terminan finalmente con la liquidación. Del 2009 para acá no sólo se creó IAS sino otras empresas con el mismo grupo de socios las cuales todas entraron en el mismo momento en liquidación, entonces hay que estar muy pendientes por si eso es una maniobra fraudulenta para robar los derechos laborales de las trabajadoras, para no pagar las acreencias laborales”, explica Fabio González, abogado de las obreras.

La liquidación de una empresa es el último mecanismo al que se recurre después de haber agotado otras posibilidades. Antes de eso, si el empresario es diligente y quiere conservar la fuente de empleo, antes de acarrear problemas sociales y humanitarios, lo que hace es entrar en un proceso de reorganización empresarial donde normaliza las deudas, los activos, llega a acuerdos con los empleados en un periodo de tiempo. Pero aquí sucedió todo lo contrario, a ellas nunca se les avisó de las situaciones, sino que las iban llevando con engaños. Aquí lo que se presentó fue un problema con la mala administración de la empresa.

Desde el año 2017 dos mil empresas de confección se han cerrado en Antioquia por crisis financiera, incluso Fabricato suspendió operaciones por 15 días en agosto del año pasado y en menos de siete meses 60 mil antioqueños se han quedado sin trabajo. En Colombia siete millones de personas viven de la industria textil. Uno de los principales problemas de esta crisis es el contrabando de telas que llegan de China, Bangladesh y Vietnam. O los altos costos de los hilos. Para esa misma fecha los empresarios anunciaron pérdidas del 40% y tres meses después hablaron del 70%.

Lo paradójico es que en el sector textil la preocupación siempre va hacia los empresarios, por sus pérdidas pero no hacia los trabajadores que son los que más aportan a esa economía, especialmente mujeres; se pasan la vida entera frente a una máquina trabajando para un patrón.

 

La vida entre máquinas de coser

 

Adriana lleva 25 años en la empresa y Rosalba 22. Ambas muy joviales. Cada una entraba a la fábrica, de afán, sin tiempo para conversar con sus compañeras, casi ninguna sabía qué le pasaba a la otra. Las de unos módulos no se conocían con las otras, terminaban de trabajar y todas salían corriendo para sus casas. Incluso la misma empresa al dividirlas por módulos, también lograba dividirlas socialmente.

El calor dentro de la empresa es insoportable y eso que ninguna máquina está prendida. Evoco tiempo atrás cuando todos los módulos tenían sus máquinas funcionando. Entre una y otra la distancia era muy corta. A los pies de una obrera estaba el motor de la máquina de la otra. Las posibilidades de moverse ahí eran pocas. Quince minutos para desayunar, cepillarse, ir al baño, cinco para tomar la media mañana.

La gran mayoría de mujeres que trabajaban en IAS eran madres cabeza de hogar. Sus hijos se criaron solos, con la solidaridad de algún vecino, en ocasiones aguantaron hambre. Y la madre todos los días a sentarse frente a una máquina.

¿Qué significa una máquina para usted? Le pregunto a Adriana: “Ahora no le veo el significado y me pone triste porque me hicieron tanto daño durante 25 años que laboré para alguien en quien yo creí y que pensaba en mi necesidad, pero no era así, resulta que él pudo levantar sus hijos de buena manera y yo los míos los tuve que dejar a medias porque él me faltó a algo bueno que yo hice por la empresa. Lo que yo hice aquí en una máquina no valió de nada. Mi sentimiento hacia una máquina es de dolor”.

Manos trabajadoras. Foto Bibiana Ramírez

Trabajaban ocho horas diarias como mínimo porque esas horas se podían alargar hasta diez, doce o más. “Sin pagarnos, decían: necesitamos esta producción para Leonisa para poderles pagar a ustedes siquiera una semanita. Nos teníamos que doblar y nosotras ¿Qué hacíamos? Nos doblábamos. El pago no se veía por ningún lado. Nos hacían una reunión y nos decían que sí había entrado tanta planta pero que --eso se fue para los servicios, para el arriendo, para algún proveedor y no quedó nada para ustedes-. No teníamos para los pasajes y la empresa los conseguía prestados”, recuerda Adriana.

Y Rosalba también recuerda esos momentos donde tenían que aguantar de todo por la necesidad del trabajo: “Joaquín Cabrera era uno de los que nos hacía reuniones para decirnos que no había pago. Le decíamos que con qué íbamos a volver al otro día y nos decía -váyanse para la Veracruz a volear llavero que allá le dan los pasajes, consíganse un mozo que él le da los pasajes-. Era denigrante porque después de que no nos pagaban nos mandaban para allá, es muy duro”.

Todas se quejan de algún dolor en el cuerpo, sobre todo en la columna y los brazos. Eran más de ocho horas haciendo el mismo movimiento. Casi no hablaban entre ellas. Los problemas familiares se sufrían en silencio. Las sillas para trabajar no tenían nada de comodidad, eran de madera con cuero, como esas de cafetería, algunas la marcaban con su nombre para no perderla por que era la mejor que podían conseguir, incluso se presentaban discusiones porque otra la cogía primero.

“Todo el día nos la pasábamos con la cabeza agachada, no hablábamos. Pensábamos en producir. Al lado de cada módulo había un tablero donde cada hora lo venían a revisar y a preguntarnos por lo que habíamos hecho. Nos calificaban, siempre nos exigían más que porque supuestamente no estábamos cumpliendo”, cuenta Adriana.

En diciembre les hacían integraciones y a cada módulo les daban una camiseta de color diferente, entonces las del mismo color se hacían juntas, no socializaban con las otras y no lograban integrarse. “Tantos años en una misma empresa y siempre nos mantenían divididas, ahora es que nos damos cuenta de eso”, agrega Rosalba.

Mujeres que se rebelan

A pesar de toda esa esclavitud que tuvieron que vivir algunas hasta 30 años, seguían trabajando sin levantar la cabeza, sin hacer ningún reclamo. No tenían idea de sindicatos, ni siquiera de que tenían unos derechos como trabajadoras de una empresa. Este año no les habían pagado el trabajo de dos meses, cuando normalmente el pago era cada ocho días. Veían que de la empresa sacaban máquinas con la excusa de que no había personal para usarlas y estorbaban ahí.

Obreras en módulo de trabajo. Foto Bibiana Ramírez

“Se llevaron las mejores máquinas y nos dejaron las chatarras. Esto no alcanza para pagarnos todo lo que nos deben. Ellos cuando dijeron que iban a acabar con esto era porque ya habían sacado las cosas de más valor. Cuando sacaban las máquinas nos decían que las iban a vender para podernos pagar. El dueño nos decía que esto iba a salir adelante y siempre nos daban ese ánimo para que siguiéramos trabajando”, recuerda Rosalba.

Ya ellas se empezaron a preocupar. Decidieron buscar asesoría y contar la situación. Llegaron a la Central Unitaria de Trabajo –CUT- después de que el Ministerio de Trabajo las atendiera de mala manera.

Allí les ayudaron a crear un sindicato de base: SintraAIS. El 18 de mayo se constituye el sindicato y el 21 de mayo la empresa despide arbitrariamente a 14 empleadas, entre ellas a Adriana. El 25 de junio la Superintendencia notifica el proceso liquidatorio y nombran a Adrián Osorio Lopera, casualmente el mismo liquidador de Coditex. El 27 de junio ellas se declaran en custodia de los bienes de la compañía para que no terminen de sacar toda la maquinaria y los insumos porque es lo único que queda para el pago de la deuda.

Nace un sindicato

El sindicato se creó ya al final, cuando casi todo estaba perdido, sin embargo el instinto las llevó a dar un giro a sus vidas y a conocer las dificultades y ventajas que trae sindicalizarse. “Yo no tenía conocimiento de un sindicato, siempre me hablaban mal de eso y yo me lo creía. Ahora veo que es todo lo contrario, conocí leyes. Convencer a las compañeras es muy complicado. Nosotros llevábamos dos meses sin sueldo, en diciembre no nos pagaron la prima, no nos pagaron los intereses de la cesantías, con todo eso las muchachas no entendían la importancia de organizarnos y muchas se fueron a buscar otro empleo”, afirma Rosalba.

Aluchar . Foto Bibiana Ramírez

Es comprensible que las otras mujeres hayan ido a otras fábricas a trabajar, en este caso es más grande la necesidad de tener una entrada económica para alimentar las familias ya que en Medellín no hay muchas opciones para tener una vida digna. Las que se quedaron celebran el nuevo camino que emprendieron; el de la resistencia.

“He aprendido a ver la vida de otra manera. Por decir algo, uno primero se encontraba una protesta, una manifestación en la calle, y decía -vean estos que lo hacen coger a uno de la tarde-. Uno no entendía porqué lo estaban haciendo. En este momento comprendo lo que significa salir a la calle o tomarse la fábrica”, dice Rosalba entre risas.

El sindicato se crea un mes antes, sin que ellas supieran que la empresa iba a entrar en liquidación. A las que despiden ese 21 de mayo es porque el representante legal se entera de la organización que ellas iniciaron. Esa misma semana hay chantajes. A algunas les dicen que renuncien al sindicato que esa empresa se va a acabar, y que si renuncian les dan trabajo en otra empresa. Seguramente ellas no van a recibir los justo, pero sí lo que es legal. Ya saben que deben exigir el reconocimiento del fuero sindical, por eso el representante legal está demandado.

La situación económica para todas es compleja. Algunas tienen deudas con los bancos, a otras les tocó recurrir a los familiares porque se quedaron sin con qué pagar el arriendo o llevar la comida. Por ahora están haciendo ventas y recibiendo ayudas que van a un fondo común y luego se distribuyen para mantener la lucha.

A la una de la tarde sonaba el timbre para salir del trabajo. Era el momento añorado. Ahora son las nueve de la noche y siguen ahí, resistiendo, sin importar que no haya pago, pero tienen los pasajes y la comida que la solidaridad de sindicatos, movimientos sociales y de estudiantes les aporta diariamente. Todas coinciden en que este es el mejor momento vivido en la empresa, porque se dieron cuenta de que sus derechos fueron vulnerados y ahora los pueden defender. Se turnan entre todas para cuidar lo último que les queda, unas máquinas viejas y lo más valioso: la dignidad.

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Foto 1: Obreras en resistencia. Foto Bibiana Ramírez

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