La enfermedad del líder en la izquierda
Por Edisson Guerra
Esa figura del líder, del pastor guiando a las ovejas, es virulenta, es un síntoma de conservadurismo político, de salvación medieval y de enajenación que cada día corroe más las prácticas políticas de los movimientos populares, por lo cual debe ser rechazada y transformada. Crear una sociedad libre, sin enajenación ¿No implica acaso transmutar los valores del capitalismo?
Una de las praxis que más sorprende en la actualidad es la poca capacidad que han tenido muchos de los movimientos de izquierda, y sus miembros, para dejar los egos a un lado y no repetir las prácticas de los partidos tradicionales. Es el caso sintomático de querer tener siempre la razón, imponer una forma de trabajo, no hacer caso a lo que las bases del movimiento aportan, como de un deseo fuertemente introyectado de quererlo controlar todo, basado, claro está, en la creencia de que sólo ellos en su sabiduría pastoral pueden estar en lo cierto y hacer las cosas bien. Esta enfermedad se basa por tanto en el supuesto de que los líderes son el faro que alumbra el camino. Una mirada atenta concederá la razón en que esto es altamente reprochable, más aún cuando el discurso actual debe basarse en la construcción popular, solidaria y no burocrática en las organizaciones de izquierda, si su ejercicio político busca un real cambio frente a la política tradicional, pues la figura del líder parece más una práctica de los conservadores, de las políticas tradicionales y de una herencia fascista en que El Duche y el Führer1 emergen como un símbolo central de salvación.
Una de las creencias simbólicas más fuertes de poder y control, en la práctica cristiana, es el símbolo del pastor, ello es anotado en la genealogía que hace Foucault2 sobre este concepto y esta práctica. El pastor, en la cultura que heredamos a sangre, fuego y bendiciones inquisidoras, es la representación del orden divino en la tierra, es la ley y el control que guía por buen camino a las ovejas descarriadas para que pueden ellas poder seguir el sendero de la virtud, de la moral y de la ética. Claro está que este camino está lleno de espinas y de engaños. El pastor, como buen ser humano, no es más que la representación de voluntades e intereses de la institución que representa —o del sesgo ideológico—, y las ovejas, enajenadas en sus ejercicios rumiantes y temerosas de lo que pueda pasar en esta vida, se disponen a seguir a su líder. Por ello el pastor representa una economía de poder, en tanto él es el guía que se relaciona por un lado con la estructura jerárquica institucional y por el otro con las ovejas como seres vivos y como seres individuales; así, el discurso, la vigilancia y la práctica de comportarse adecuadamente tiene mayor efecto. De este modo, se perdió la conciencia individual de discernir en lo comunitario. Todo asomo de individualidad en la edad media, de duda, de controversia, de pensamientos vívidos y lascivos, como de negar los poderes del rey, del señor feudal o de la iglesia eran un paso para ponerse la orca al cuello.
En la actualidad, parece haber un miedo a la solidaridad y la construcción colectiva. La libertad, desde los contractualistas como Hobbes y Locke3, es aquello que se enajena en el pacto social que da forma al Estado en el cual el soberano, el monarca, debe cuidar de la propiedad y de la libertad. Estos dos autores parten de la idea antropológica de que los seres humanos son egoístas, se pueden atacar poniendo en peligro la libertad, la vida y la propiedad, es decir, los derechos naturales con los que nacen todos los hombres; así su argumentación se base en que se necesitan las estructuras estatales, soberanas para no poner en peligro a los seres humanos y que unos no sean dominados por los más fuertes o expropiados en aquella guerra sin fin que es el Estado de Naturaleza. Ahora bien, ¿somos egoístas y peligrosos para los otros por naturaleza? Tratar de responder a esto puede ser difícil, pero esta argumentación no deja de sorprender. En la tradición absolutista se muestra la necesidad de un ¨soberano¨ que nos proteja de nosotros mismos. Este argumento parece tener ese residuo de la pastoral cristiana expuesto por Nietzsche y, el Estado de naturaleza, de pecado original en donde todos nosotros somos un peligro para los demás y para nosotros mismos (la culpa). He ahí el monstruo más frío, el soberano, para hacernos comportar de la mejor manera, sino es así, el poder absoluto está en su derecho de activar todos sus mecanismos y engranajes para que nos engulla en el castigo divino. En suma, poder y miedo van de la mano en esta máquina política absolutista, de tradición pastoral, la cual permanece hasta nuestros días.
Pero esta idea pastoral no se queda solo ahí, hemos visto figuras levantarse como líderes dispuestos a llevarnos a la tierra prometida, Hitler, Musollini, Franco, Uribe, por mencionar los representantes del fascismo y la derecha, prometían honor, libertad y seguridad. No hay que olvidar que tanto Hitler como Musollini se sentían reivindicadores de un pasado lejano y mítico del medioevo. La figura del líder es altamente peligrosa y hoy, este discurso, en una pirueta conceptual, pasa por hacer creer a todos que necesitamos de pastores, que uno mismo debe ser un líder para sobrevivir a la vorágine del neoliberalismo, hacer empresa y no esperar que el Estado de bienestar acolite la vagancia. Es altamente sospechoso, por ejemplo, que los que promulgan la idea del líder vienen de la tradición capitalista liberal, y que este discurso de poder sea acompañado hoy día con libros de mercadeo, emprendimiento y superación personal con el objetivo de generar una competencia incesante entre sujetos meramente mercantiles. En este punto, el control ha hecho mella, ha ganado, fue inoculado con éxito y algunos se sienten tocados por el dedo dadivoso del señor y quieren ser soberanos en tierras de pecadores y enfermos. No olvidemos las vallas de “yo voto por el que diga Uribe”.
Ahora bien, llama la atención que el signo del líder y del pastor, junto con sus valores, haya sido absorbido por algunos personajes con responsabilidades medianamente importantes en los procesos de izquierda (en todo su abanico de colores que es el movimiento social). Este síntoma, este virus, no hace más que desilusionar a las personas que sueñan con nuevas formas de política y se esparce y permea a todas las mentes distraídas. Para nosotros debería ser un indicio de cerebros viejos, anclados a prácticas clericales, hispánicas y occidentales en la forma de entender la política y lo político. La izquierda debe pues, transmutar estos valores y no permitir que se sigan multiplicando estos cerebros y barrigas henchidas de poder, ni las ideas mercantiles de la tradición liberal del líder. Debe enfrentárseles una juventud no infectada por este germen virulento, que crea en escuchar al otro, en sembrar juntos, en construir desde abajo con un quehacer altamente democrático, comunitario y sin miedo a reconocer que un puesto, o papel representativo, no es más que otra tarea en la división del trabajo político que depende de otros en una gran máquina de trabajo social y utópica. Esta debe ser la guía ética y el camino a seguir. Si no se erradica esta enfermedad egocéntrica del abanico de la izquierda, nunca, los de abajo, podrán llegar a tener el poder político.
1Duque y Fürer son palabras que designan a Mussollini y a Hitler respectivamente. Conceptualmente ligadas a la idea de un rey absoluto.
2Para ver el concepto de pastor remitirse a Seguridad, territorio y población de M. Foucault.
3Hobbes y Locke hablan del Estado de naturaleza en el libro Leviatan y en el Ensayo sobre el gobierno civil.
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