El fracaso de los acuerdos de paz en Colombia
Por Carlos Ossa / Reseña
Este apasionante ensayo de Oto Higuita (Ed. Insurrecta-Fallidos, 2018) se instala en un sitio de honor en la magia de la literatura política del país. En principio es un acto de valentía. Enfrentar desde una posición de francotirador los abusos bicentenarios del poder –que siempre ha sido de derecha-, es asumir una conducta de coraje. Es una lástima cognitiva que un texto de esta categoría no sea conocido por millones de estudiantes de esta patria anémica en conocimiento social.
En conocimiento del origen de nuestra desmesurada pelea intestina. En el tiempo y costo humano de la misma. Es impresionante la capacidad de síntesis del autor. En apretadas 64 páginas nos descubre la miseria bicentenaria de esta nación. Miseria que es destinataria de una violencia propuesta por la clase entronizada en el poder. Y que por no querer ceder el menor de los privilegios ha legitimado el exterminio de sus opositores.
Este texto de Oto Higuita se hace necesario como el pan en la canasta familiar. Y se hace esencial en esta coyuntura histórica, cuando la derecha apelando a los recursos más ignominiosos inocula el miedo más acobardante en una franja voluminosa de nuestro pueblo. Que en concomitancia con su despolitización, le hizo la venia al verdugo para que continuara con sus tropelías y su insultante ritual de despojos.
He ahí la imperiosa necesidad de que el colectivo colombiano conozca este denso ensayo sobre nuestra realidad política. Con pedagogía de este linaje ideológico, no nos encontraremos más con la degradante oferta de vender por 30 o 40 mil pesos una conciencia que no la han dejado fructificar, que le han asesinado en su capullo. Porque este es el precio de la deshonra o el equivalente al valor de un voto. Ni siquiera vendemos bien vendida nuestra conciencia política como en el texto de Roberto Arlt.
Lo mejor del texto de este licenciado en historia económica en Estocolmo, es que amplía las variables de los interrogantes: la economía mafiosa que se sitúa como las financias de camaleón, en última instancia. ¿En qué tolda ideológica se instala? Y otro interrogante no menos importante, la historia de Colombia que es la constante de las frustraciones del pueblo, con unos aplazamientos de los sueños del colectivo, hasta lo insoportable, entonces, ¿no es otra cosa que la notaría de una ignominia infinita?
Un rasgo profundo de pesimismo recorre las páginas del texto de Oto Higuita pero no es un pesimismo per se, a priori.
Es la resultante de una realidad que como la colombiana, parte de una premisa áspera: el poder en estas dos centurias como república, le ha pertenecido a la derecha y lo sigue sosteniendo a sangre y fuego.
En estos acuerdos bilaterales entre el Estado y la insurgencia, el Estado le apuesta al ganador. No solo desarma al enemigo sino que lo deja abandonado a su suerte.
Una de las grandes virtudes de este ensayo es organizar las piezas del rompecabezas político del país. Las contradicciones intrínsecas del poder, como en el colectivo, hacen bien difícil encontrar la senda que avizore la gran solución.
La primera impresión –facilista desde luego- al leer la titulación de este lúcido ensayo, es que el Centro Democrático por única vez le asistía la razón. ¡Pamplinas!
Nada más desatinado. Es que el Centro Democrático no fungió como espectador. Es que ha hecho parte activa como actor del poder para fraguar el fracaso de los procesos de paz del país. Pareciera que la tendencia bélica termina por imponerse. Una confrontación rural que si hemos de creerle al profesor Higuita fracasó en su intento de paz, ante el titubeo de la reglamentación de la JEP por parte del Estado también fragmentado en lo político-jurídico. Todo apunta a una variable de la guerra intestina, con otros esquemas pero con la misma esencia: mantener los grandes latifundios en el círculo exclusivo de sus poseedores.
Son múltiples los instrumentos que han jugado a favor del fracaso. Que Colombia ya es un país de ciudades. Que el conflicto es rural y al citadino le importa un maravedí, un asunto que en apariencia no le pertenece. Que la pedagogía estatal fue y ha sido avara, timorata, precaria, insuficiente. Y que pudo más la propaganda abyecta de baja estofa del uribismo en contra de las Farc. Y contra todas las buenas intenciones que traía el desarme y el ahorro de muertes o de vidas según el cristal con que se mire. Bajo esta premisa, este fracaso de gobierno de Santos no es un triunfo de la derecha, es el fracaso de la sociedad colombiana.