Sobre “la revolución molecular” y el Paro Cívico Nacional
Por Juan Guillermo Gómez García
Para Helena Arrubla.
1. Un trino de Uribe Vélez
La semana anterior el exsenador Álvaro Uribe Vélez escribió un trino que fue ampliamente comentado (tuvo un espacio en CNN en Español) en que aseguraba que Colombia estaba bajo la amenaza de una “revolución molecular disipada”. No cabe indagar sobre la intención solapada del trino, pues hace parte del repertorio característico de su reconocida violencia verbal, sino por la curiosa resurrección de un concepto emitido hace más de cuarenta años por el famoso filósofo y psicoanalista francés Félix Guattari en su libro La revolución molecular.
La especie conceptual de Guattari, en boca de quien hacía unos días había instigado en otro trino a las fuerzas pública a disparar contra los manifestantes (trino que fue censurado por los administradores de Twitter), parece propio de la naturaleza esquizoide del expresidente y expresidiario Uribe Vélez, pero el interés del mismo no escapa a los debates sobre la crisis teórica del marxismo, especialmente a la crisis de legitimidad política de las organizaciones partidistas comunistas para conducir la revolución.
El antiguo militante del Partido Comunista Francés, Guattari, ponía el dedo en la llaga al advertir y analizar la crisis de conducción de las manifestaciones, mundialmente famosas, de los estudiantes parisinos en el 68. La doctrina leninista de la conducción de la revolución, fosilizada en manos de las organizaciones de la Tercera Internacional, era reconvenida una vez más por la realidad histórica, por el cambio profundo en la vida social europea, por las transformaciones inevitables de la estructura social y los modelos de pensamiento e ideales de los más diversos sectores y grupos en las últimas décadas, cambios que la dirigencia marxista no supo comprender. Así las viejas fórmulas, que en forma autoritaria seguían repitiendo los camaradas entrenados en el Partido Comunista francés, es decir, el creerse los legítimos y exclusivos conductores de los procesos de vanguardia revolucionaria y tachar a los demás de “revisionistas, pequeño-burgueses”, sucumbía ante lo que él denominó, no sin un dejo de esoterismo terminológico, “la revolución molecular”. “Revolución molecular” término o categoría conceptual que puede tomarse como parte del “revisionismo” a que se somete el marxismo invariablemente, de cuando en cuando.
2. Brevísimo repaso del “revisionismo” de la doctrina marxista
El marxismo, desde el mismo Marx, se ve obligado a revisar los postulados teóricos que lo caracteriza, como filosofía inspirada en la exigente filosofía dialéctica. El mismo Marx, luego de la fracasada Revolución de 1848, que puso en cuestión su soberbia, pero optimista filosofía de la historia de El Manifiesto comunista, se vio obligado a ajustar severamente el modelo de análisis simplificado, en su famoso libro El 18 Brumario de Luis Bonaparte. La dura lección del fracaso de la revolución proletaria, que había vaticinado con una ingenuidad implacable, se tradujo en la realidad histórica en una reacción sorprendente que llevó al inútil y fatuo sobrino de gran Napoleón al poder supremo en 1852. ¿Qué había acontecido? Pues lo contrario que Marx y Engels habían previsto en su obrita revolucionaria, ese implacable Manifiesto, que de este modo tuvo que esperar mucho para popularizarse. Napoleón III en el poder supremo de Francia, proclamado emperador, era la contra-imagen de lo que demandaba el materialismo histórico, su lúcida, pero limitada visión histórica dialéctica. Precisaba así Marx revisarse así mismo y así lo hizo, con su extraordinario análisis, escrito para un medio neoyorkino en ese mismo año. Allí pues detectó que la burguesía, pensada como un bloque cerrado dueña del capital, estaba en su interior escindida entre la burguesía lumpen (o financiera acunada en la Monarquía de Louis Philippe) y la burguesía industrial emergente, y sobre todo que el proletariado parisino, cabeza de la revolución proletaria, era en efecto una cabeza revolucionaria, pero una cabeza muy reducida, frente a la inmensa mayoría del campesinado católico, apegado a sus tierras y costumbres. De este modo, la lucha a muerte entre capital y trabajo no había alcanzado el grado de madurez para operar el paso hacia “la negación de la negación” (la Aufhebung) del movimiento universal hacia la revolución definitiva.
Más de medio siglo después, tras la Revolución rusa y en el clima catastrófico de la República de Weimar, se experimenta otro fracaso inconmensurable para el marxismo. En lugar pues de que el proletariado alemán selle el ciclo abierto por Lenin, son las huestes hitlerianas las que se toman el poder tras ganar las elecciones el 10 de abril de 1932, como presidente del Reich. ¿Por qué pues contra-revolución y no revolución? ¿Por qué pues Hitler en la cabeza del Reich en lugar de un hijo de Marx en la patria de los padres de materialismo histórico? ¿No contaba Alemania con todas las condiciones objetivas y subjetivas para llevar a cabo lo que parecía un anhelo histórico inminente: un proletariado inmenso y organizado, una lucha abierta entre el capital monopólico inmenso y, sobre todo, una crisis económica sin precedentes? Lenin mismo había señalado los pecados imperdonables de la dirigencia del proletariado alemán (SPD), con una acrimonia muy suya, pero nunca hubiera imaginado la hecatombe del proletariado en manos de los burdos Camisas pardas.
No correspondió a un dirigente connotado de la Tercera Internacional, sino a un grupo de intelectuales universitarios alemanes, la mayoría de ellos de origen judío, tratar de desenredar teóricamente el ovillo de esta contra-marcha de la historia. Al margen pues del Partido comunista alemán (que entre tanto había sido prohibido y sus dirigentes exterminados), los miembros de la después conocida Escuela de Frankfort se empeñan por adelantar la tarea titánica de reconstruir las bases teóricas del marxismo en la peor de sus horas. Sus nombres hoy son legendarios, Max Horkheimer, Theodor W. Adorno, Walter Benjamin, Ernst Bloch, Herbert Marcuse, Erich Fromm, pero cuyas actividades intelectuales e investigaciones encontraron una fuerte resistencia por las organizaciones comunistas de corte leninista. Quizá la realización más emblemática de esta tarea es el libro Dialéctica de la Ilustración de Horkheimer y Adorno, publicada en el exilio en una editorial marginal holandesa en 1947. Allí no solo se señala el continuum entre Ilustración y fascismo, sino que también se reclama una atención decidida (campo de análisis ciego para el obtuso leninismo enclaustrado en las fórmulas de Lenin) a la industria cultural de masas, lo que llamamos hoy mass media.
Dentro de los muchos “revisionismos” en el seno del marxismo, de Marx en adelante, cabe también incluir a Guattari, tan alevosamente mencionado por nuestro carnicero de turno. Ante la burocratización de los partidos estalinistas, el implacable crítico de Freud y las prácticas del psicoanálisis (en su libro el Antiedipo, en colaboración con Gilles Deleuze), Guattari desafía la pereza mental, las fórmulas revolucionarias ya vacías de contenido efectivo, de audacia dialéctica. Exige mirar la realidad de otro modo, mirar el mundo subjetivo (el campo inexplorado de los deseos que reprime y manipula la sociedad capitalista como niegan con la misma violencia los comunistas), pues el problema revolucionario no puede dejar de lado el problema de la locura, el problema de la creación artística… La lucha se debe extender o bajar a los campos inmediatos de la opresión de la familia, las violencias de género, los traumas del niño, la persecución a los drogadictos, los alcohólicos, los homosexuales. Hay que librar una lucha micro y múltiple en estos campos de la vida cotidiana. Allí hay que librar esa lucha, de “revolución molecular”, no monolítica, ni burocratizada, de rancio dogma. Hay que denunciar lo que llama los “micro-fascismos”, esos poderes micro que consolidan la brutalidad estructural y su ejercicio cotidiano.
El núcleo de la crítica a las organizaciones marxista-leninistas, la resume Guattari, no sin el característico detonante de un desengaño propio del militante comunista (cuyo modelo se remite al clásico El Dios que fracasó): “Toda similitud entre los grupos existentes es puramente fortuita, aunque podemos suponer que cada uno de estos grupos se definía en su origen por su fidelidad a sus posiciones fijadas por la izquierda comunista en la época de la Tercera Internacional. Hay toda una axiomática, también en sentido fonológico -la manera de articular ciertas palabras, el gesto que las acompaña-, luego están las estructuras organizativas, la idea sobre cómo mantener las relaciones con los aliados, los “centristas, los “revisionistas”…”
3. Nuevamente sobre el trino de marras
El trino de Uribe Vélez nos hace nuevamente repensar las relaciones y diferencias que median entre la revuelta estudiantil parisina, ícono universal de rebeldía juvenil que marcó toda una generación, y nuestro Paro Nacional 2021. El uso de la categoría conceptual de Guattari parece traída de los cabellos, pero resulta muy sugestiva al hacer un paralelo entre dos situaciones al parecer lejanas, que no tienen que ver una con la otra. El expresidiario Uribe Vélez deseaba relacionar esa categoría con la mentalidad de un represor profesional, es decir, denunciar como un tira la amenaza para sus intereses políticos inmediatos (poner el próximo presidente una vez más) por un paro nacional que se le salió de las manos al inepto sanguinario de Iván Duque. Como ya no le queda FARC que perseguir, califica a todo joven marchante como un terrorista con comparativas siniestras intenciones.
La revuelta estudiantil parisina, como la de hoy en Colombia, está protagonizada por la masiva participación de la juventud, por los jóvenes que por millares y millares salen a la calle a decirle al gobierno (que es también el sistema político y su estructura social) que “no va más”: que no desean esto para sus vidas, que se sienten humillados, oprimidos, con hambre y sin ningún futuro. El paisaje de nuestra protesta no está enmarcado en los emblemáticos Campos Elíseos, la Torre de Eiffel o el Sena, sino en las calles estrechas de Siloé, de Kenedy o Aranjuez. Aquí no hay ningún Sartre, ni Simone de Beauvoir o Deleuze para dar un toque de elegancia intelectual (que es autoridad simbólica) a la protesta, pero estas se hacen con el ahínco, valentía y sacrificio de sangre de toda genuina lucha popular. A diferencia de los jóvenes parisinos, que fueron liderados por el legendario Daniel Cohn Bendit, aquí no hay un o una estudiante de cartelera (ni lo precisa), sino hay eventuales líderes, y sobre todo aguerridos luchadores callejeros, que descreen en los partidos tradicionales, en las caducas organizaciones partidistas, que muy a distancia se comprometen con ellos.
Hoy todos quieren pescar en este río revuelto del Paro Nacional, manchado por tanta muerte de jóvenes. Todos quieren apresuradamente sacar provecho de una situación en la antesala de la carrera por las elecciones presidenciales del próximo año. Hasta la Iglesia católica y los rectores de algunas universidades (incluida la de los Andes misma: catedral del gran capital colombiano) salen a firmar comunicados apoyando el paro, criticando al gobierno y pidiendo cordura. Los jóvenes saben que estas son declaraciones sin sustancia, dictadas por la necesidad más que de figurar la de no dejar de hacerlo. Los jóvenes están en su “revolución molecular”, en sus marchas, en sus luchas barriales y estudiantiles, es decir, multiplicando los compromisos consigo mismo, diciendo que ellos se representan a sí mismos y que los enemigos del orden son los que ostentan de manera criminal el orden establecido.
Solo se espera que todo este sacrificio no conduzca a una nueva frustración: a la frustración de la movilización de la MANE en el 2011, del paro agrario del 2013, de las marchas multitudinarias de finales del 2019. Está en mano de todos nosotros, que ello no sea otra pesadilla.