3° torneo de fútbol popular. Barrio La Iguaná 20 /01/19 Antifa Medallo y Revista Kabái
Por Iván Álvarez Tamayo - Revista Kabái
“El fútbol es el reino de la lealtad al aire libre” A. Gramsci
La previa fue rápida: bastó traer de la JAC unas sillas, una mesa, el bafle y el micrófono, y que Eliana, la Presidenta de la Junta, diera acceso al terreno de juego. Mientras se adelantaba la logística, los que llegaron temprano aprovecharon para hacer un reconocimiento del terreno.
Antifa por su parte inició colgando sus “trapos”, los cuales adelantaban que algo diferente estaba por empezar. Además de su logo, desplegaron el rostro de un joven del cual no dieron mayor descripción, pero, como no queremos resérvanos nada en esta nota, acá les mencionaremos: se trataba de Juan Camilo Agudelo Posada, un personaje estructurante en el proceso constitutivo de Antifa Medallo que le dijo adiós a deambular sobre la tierra el 30 de octubre de 2013, con apenas 23 años. “Juanca”, dicen quienes lo conocieron, vivió convencido de su compromiso por la acción popular, el fútbol y la transformación política de la sociedad. Y este convencimiento parece haberse instalado en quienes lo sobrevivieron y continúan dando vida al proyecto, por ello lo extienden en cada lugar que visitan.
Cuando apenas se contaban unas cuantas miradas curiosas y asistentes llegaron los actos protocolarios. Primero vino el saludo a la comunidad y el reconocimiento a la JAC expresado por los organizadores del III torneo de fútbol popular, quienes se mostraron agradecidos por permitirles ingresar a un territorio aún desconocido para la mayoría.
Acto seguido y detengámonos en esto por un momento, Eliana, la Presidenta de la JAC, procedió a devolver gentilezas a los organizadores: en primer lugar, por el acto de generosidad que tuvieron al recoger y entregar útiles escolares para los niños y niñas de la Iguaná; en segundo lugar, por acometer su llegada al barrio con una actividad de un carácter tan distinto.
Además, enfatizó en que dicho evento ayudará a impulsar el proceso de reapropiación territorial que ha llevado conjuntamente con la Revista Kabái desde hace 9 meses aproximadamente. Resaltó también la efímera presencia del Estado dentro de su comunidad, en un tono que más que una mera denuncia pareció un llamado a actuar en pro de la exigencia para que la institucionalidad cumpla con sus responsabilidades, para lo cual no dudó en resaltar la necesidad de una continua movilización y organización comunitaria.
Luego de las formalidades se abrió la fiesta. No hubo pitazo inicial. Era un torneo sin árbitro. Sin necesidad de mediación de autoridad en el campo. Además, era mixto: cada equipo debía contar con al menos una mujer en su titular. Marchando entonces al son de la pecosa que hacía ruido en el asfalto y en un día soleado pero fresco a la sombra, típico del clima del Valle de Aburrá, un puñado de locos pertenecientes a los distintos parches que respondieron a la convocatoria, trataban de llevarle un rato de alegría a los habitantes del barrio La Iguaná.
Fue así como dos horas antes del meridiano empezó a rodar una jornada repleta de compartir y acordar en colectivo, de polas y disfrute, del balón yéndose a la quebrada, de ahumarse los pulmones con el olor a sancocho, de una masa inmensa de niños haciendo demasiadas preguntas y llendo pa’ allá y pa’ acá, de entregar lo que no se tiene y recibir lo que no se espera.
Apenas comenzando el cotejo inaugural, entre las ocasiones inesperadas destacó un fuera de lugar: cada vez aparecían más equipos, más parceros, más pelaos del barrio que se querían sumar. Llegó más gente de la esperada. Había no solo que estar modificando constantemente el esquema del torneo sino reduciendo el tiempo de juego, pero unos minuticos de la pasión más popular no se le niegan a nadie. Afuera de la cancha bastaba un encargado del cuaderno en que se dibujó y redibujó el formato del torneo.
Lo que al inicio eran despejados y discontinuos callejones típicos de la barriada autoconstruida medellinense, desde el primer cuarto de la jornada dieron cabida a niños, moradores, amigas, visitantes y extraños que hicieron casi intransitable el perímetro más inmediato a una cancha que más que un rectángulo era un polígono irregular. Y, sin embargo, nada de ello impedía el desarrollo del encuentro.
Eso sí, el escenario no solo era reflejo de “informalidad” sino de historia popular. Construido por los mismos habitantes del sector, quienes tampoco han visto con buenos ojos algún tipo de intervención institucional para su mejora en vista que sospechan perderían la autonomía sobre ella (autononuestra, preferirían llamarla algunos), este sencillo coliseo es reflejo de una comunidad levantada con las uñas. Así pues, al inicio del evento, el llamado de la JAC también recalcó la necesidad de contribuir por medio de la autogestión al desarrollo barrial, no únicamente en infraestructura sino también el de sus habitantes.
No hubo taquilla, no había gradas, pero nada de eso pareció importarle al centenar de personas que se sumaron. Entre los asistentes destacaban hinchas de diferentes equipos: del poderoso, de la mechita, del verdolaga, de la selección. Se jugó sin importar el color. Acá nadie tuvo que escuchar un desagradable “te quitás esa camiseta o te pelamos”, como sí ocurrió ese día en otra zona de la ciudad, en la que se reunía la que se autodenomina “gente de bien”. Acá no, acá así te dieran la pela no había necesidad de que te quitaras la camisa, a excepción claro de que el calor te lo sugiriera.
Es más, si eras de los que prefiere llevar el amor por sus colores a flor de piel tampoco importaba si no llevabas camiseta. O zapatos.
A medida que avanzaba el torneo los roces y el forcejeo iban y venían, pero jamás hubo necesidad de un arbitrio imponiendo reglamento, y eso que las condiciones del terreno, que impedían la salida del balón y por tanto el detenimiento del juego, propiciaban el juego rápido y combativo. Con todo ello, el parche no fue escenario de ningún tipo de hostilidad. No es juego limpio, es juego, a secas. A quién se estuviera calentando se le ofrecía un abrazo o un gesto que marcara un contundente “cálmese”.
En todo momento se le abrió la cancha a la fraternidad y a la multiculturalidad, quitándole espacio al racismo.
La pelota giró alrededor de las personas y no de la competencia, haciendo innecesaria casi toda clase de división en categorías. Los equipos contaban con jugadoras porque no creemos que se trate de un deporte exclusivo para nadie, ni que la suma fútbol+mujeres sea una pérdida de tiempo.
Ni el machismo, ni el autoritarismo, ni la categorización, bases fundamentales del fútbol negocio, fueron bienvenidos. A nadie se le puede condenar a solo poder hacer parte del fútbol detrás de una reja, a quedarse fuera de la cancha. Así que la política si importó, pero sin reservas de admisión.
Eso sí, no solo de fútbol se trataba. A la reapropiación y construcción de memoria territorial se le unió, alrededor de la cariñosa, un esfuerzo por darle a la niñez un pequeño impulso para que encuentre en la educación, en el hacer con colores y papel, lo que en la calle no se le ha perdido. Por ello, tampoco perdamos de vista que si bien se trató de un día consagrado a la alegría, el construir popular es y seguirá siendo el cenit que nos impulsa. Aunque todo esto es un adelanto del segundo tiempo.
Antes estuvo el receso de mitad de tiempo. Fue momento de recuperar el aliento. La olla comunitaria hizo presencia. Manos extra se ofrecieron a ayudar. Doña Flavia, para nada amarrada con el conocimiento, nos reveló que buena parte de su truco está en el orden de la preparación: al agua se arrojan primero los aliños, luego la tres telas y el espinazo con algo más de cebolla y aliños, enseguida la mazorca para que alcance a ponerse tierna, así como el plátano; por último, lo restante del revuelto: la papa, la yuca y el pollo, que se cocinan más rápido y pierden su magia si se pasan. Se deshacen. Podrá parecer una cuestión irrelevante, pero la propagación popular de los saberes tradicionales es una vía fundamental para no caer en la ignorante trampa del “buscarlo en internet”. Que quede claro que no queremos levantar polémica, ya que sabemos que cada quién tiene su manera de montar el sancocho.
Durante el torneo hubo ganadores y perdedores, pero a los únicos a los que realmente pelaron fue a los integrantes del revuelto.
Y poco antes de que comenzara la parte complementaria, una olla mágica, no la del final del arcoíris sino la del cocinar en colectivo, por aquello de que en Colombia donde comen 5 comen 10, alcanzó para reponer un estimado de 300 estómagos. Y es que como dice el rapero chileno Inkognito, en su canción Por Colombia: “la humildad de todo este pueblo se refleja en su sancocho”.